24 abril 2005

¿Quién quiere concursar?

En la última clase con el profesor Joel Sanz hablamos acerca de los concursos de arquitectura realizados en el país, mientras una serie de imágenes en Power Point nos iban mostrando las diversas propuestas que se habían hecho en esas ocasiones.

Resulta abrumador saber que de unos setenta y tres (73) concursos que se han hecho desde los años setenta, sólo tres (3) primeros premios han sido llevados a cabo en la construcción. Al parecer hay actualmente un cuarto proyecto, el ganador del último concurso realizado, que también está siendo construido, pero el profesor no tenía datos precisos acerca del mismo.

Los tres ganadores construidos (o sortarios debería decir) son los siguientes:

1. Sede de la Alcaldía del Municipio Iribarren (Barquisimeto, estado Lara), obra del arquitecto Jesús Tenreiro.
2. Sede de CADAFE (Caracas), del arquitecto Marcelo Castro.
3. Teatro Teresa Carreño (Caracas), de una autoría compartida entre Tomás Lugo, Jesús Sandoval y Dietrich Kunckel.

Pero ¿qué pasó con los otros setenta? Para tratar de conseguir una idea del por qué los concursos han resultado un calvario, debo explicar lo mismo que oí decir a mi profesor. En los concursos existe un “triángulo” de personajes sin los cuáles es imposible que se lleven a cabo. Estos personajes son el Patrocinante (El que pone lo reales), el Jurado (Convocado por el patrocinante y encargado de evaluar las propuestas) y, obviamente, los concursantes (Que concursan, jeje).

Primero que nada hay que dejar claro que en muchos países los concursos son una práctica obligatoria para la construcción de un edificio institucional, por lo que el principal patrocinante debería ser el Estado; pero como podemos observar, ha habido un poco de negligencia en ese aspecto (Y no estoy hablando del régimen actual).

Después, lo que suele ocurrir en la mayoría de los casos, una vez ha sido convocado el concurso y elegido el ganador, es que el criterio del jurado no coincide con los requerimientos (o caprichos) del patrocinante, por lo que viene el cuento de “que yo, que tú”, y no se llega a ninguna solución, se deja el proyecto en el aire y al ganador si poder cobrar el premio.

Por último, tal vez sí haya coincidencia entre lo que quiere el patrocinante y los jueces, y que el ganador reciba su premio (Normalmente en metálico, aunque sea una miseria), pero es entonces cuando el señor del patrocinio decide utilizar la inversión en otro asunto y se deja la construcción sin empezar siquiera. En esos casos se excusará diciendo que el concurso fue llamado para descubrir nuevas ideas, ocultando que por debajo de la mesa le está encargando el proyecto a uno de los jueces. ¿Qué tal?

Bueno, esos son, a decir verdad, casos un tanto dramáticos, pero sí se han dado. Al final de la clase el profesor Sanz nos confiesa una duda que ronda su cabeza. Ésta surgió al darse cuenta de que la lista de los concursantes termina siendo siempre la misma (Tenreiro, Famiglietti, Otero o el mismo Sanz) y de que no hay una “generación de relevo”. ¿Estaremos dispuestos a arriesgarnos a concursar sabiendo que nuestros proyectos pueden quedar en el olvido?

Prefiero no extenderme más, porque pueden terminar mareados... Un saludo, y será hasta la próxima ocasión.

06 abril 2005

Pido disculpas

La verdad es que me siento un poco avergonzado por haber prometido algo que, lastimosamente, no podré cumplir.

Me refiero a la foto que tomé del Aula Magna y que tanta propaganda le hice en la entrada anterior ("Hoy le robé un beso al Aula Magna"). Ocurrió que, pese a que había conseguido un rollo de asa 400, la luz no fue suficiente, y la foto salió muy oscura (Sí, las luces del Aula estaban encendidas).

Alguien me dijo en broma, después que le contase la anécdota, que la cámara se había puesto celosa. Bueno, no sé si fue así, pero lo cierto es que cuando consiga una cámara mejor y un rollo de mayor asa volveré a pedirle al Aula el beso que me debe.